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domingo, 2 de diciembre de 2012

El secreto de los platillos volantes


El secreto
 de los platillos volantes

Por Henry J. Taylor

    Sin revelar secreto militar alguno, puedo asegurar que los platillos volantes existen en realidad. Los hay de varias formas y dimensiones. Varían en tamaño, según informes fidedignos, desde pequeños discos blancos de cincuenta centímetros de diámetro y quince de espesor (como el que se halló en la bahía de Galveston, estado de Tejas) hasta los de 76 metros de diámetro, lo cual es un tamaño muy grande.

    Casi todos tienen figura circular, aunque los hay de varias otras formas. Algunos son planos con los bordes inclinados hacia arriba, como platillos dulceros; otros tienen en el centro una protuberancia que parece un pastel. De estos últimos se tomaron fotografías cerca de Wildwood, estado de Nueva Jersey, y en otros sitios.

    Algunos son dirigibles; otros no. Ninguno de ellos emite luz, humo ni sonido, ni da señales de que lleve mecanismo propulsor.

    Pueden permanecer estacionarios en el aire por un momento y luego partir en cualquier dirección, tambaleándose y acelerándose perezosamente, según informan varios pilotos de las líneas aéreas de los Estados Unidos, hasta adquirir casi la velocidad del relámpago. Sin embargo, son completamente inofensivos.

    No hay duda de que como el 90 por ciento de los platillos volantes que al parecer se han visto son producto de la imaginación o de la confusión. Empero, los nueve que vieron en la costa occidental de los Estados Unidos el capitán E. J. Smith, de la United Airlines, su copiloto y su cabinero, eran verdaderos. También lo fueron los cinco discos que vio Fred M. Johnson virando en curva ascendente sobre los montes de las Cascadas, en el estado de Oregón. También lo era el platillo de treinta metros de diámetro que se vio en Nuevo Méjico la mañana despejada de un domingo de abril de 1949, volando a grande altura. También lo era el disco de unos setenta y seis metros de diámetro que vieron los policías del estado de Kentucky volando por sobre la población de Madisonville el 7 de enero de 1948.

    Los platillos volantes son parte de un gran proyecto experimental que ha venido progresando en los Estados Unidos desde mediados de la década de 1940. Ha pasado por varias etapas de desarrollo.

    Los meses en que los particulares ha visto más platillos en el aire durante la primera etapa del proyecto, ha sido julio de 1947, enero de 1948 y abril de 1950. Los platillos han ido aumentando de tamaño en cada etapa. Vuelan a alturas de 300 a 9.000 metros, y a veces más alto.
Platillo volante construído por la Fuerza Aérea estadounidense.
    Yo sé para qué se usan los platillos volantes, pero hasta ahora son un secreto militar importante. Cuando la Fuerza Aérea de los Estados Unidos crea que conviene dar la correspondiente información al público y lo haga, ello será una noticia maravillosa. Creo que, mientras tanto, nadie debe meterse a explicar para qué son.

    En mis esfuerzos por cerciorarme de si los platillos volantes existían o no, y en caso de que existiesen, averiguar si provenían de Rusia, me vi desconcertado por las descripciones contradictorias de testigos oculares, hasta que descubrí que en el cielo hay ahora verdaderamente no un misterio sino dos.

    En una de mis radiodifusiones de hace pocos meses señalé la diferencia entre el verdadero platillo volante y un objeto llameante en forma de cigarro de unos treinta metros de largo que varios pilotos escrupulosos de las líneas aéreas comerciales aseveraban haber visto volando a gran altura, y el cual, si existe, ha de ser realmente aterrador.

    El hecho es que sí existe. Sin embargo, no es un disco volante ni nada que lo parezca. Es el misterio aéreo número dos. Vuela de noche, rugiendo y lanzando llamas por unas aberturas cuadradas del fuselaje semejantes a ventanas. No tiene alas. En seguida se da la descripción que de él hacen dos empleados confiables de la Eastern Airlines: el capitán Clarence S. Chiles, y el piloto John B. Whitted. Su informe oficial concuerda con las descripciones de lo visto sobre Jackson, estado de Misisipi; de lo que observaron dos pilotos de la Chicago & Southern Airlines cerca de Menfhis, estado de Ténesi, y de lo que se vio en la ciudad de Washington. Todas éstas son descripciones verídicas.

    Chiles y Whitted iban volando por sobre Montgomery, estado de Alabama. Era la 1,45 de una noche clara de luna, con unas pocas nubes desparramadas.

    «De repente dice el capitán Chiles apareció arriba un objeto  brillante  que se movía con gran rapidez y que se lanzó hacia nosotros. Viramos a la izquierda. El objeto viró bruscamente también, y pasó a cosa de doscientos metros por encima de nuestro avión.

  «Aquel objeto era de forma de cigarro, medía cerca de treinta metros de longitud y no tenía alas. Era tan brillante como una luz de magnesio. Arrojaba por el escape llamas de color rojo anaranjado. Por todo el borde del fuselaje emitía una luz intensa semejante a la de las lámparas fluorescentes.

    «El objeto se empinó y penetró en las nubes con increíble velocidad. La perturbación debida a su chorro de llamas sacudió nuestro Douglas DC-3, de la Eastern Airlines».

    Este es el informe firmado por el capitán Chiles y el piloto Whitted. Ambos son hombres perfectamente confiables, según ha dicho el capitán Eddie Rickenbacker.

    El pavoroso aparato no era un platillo volante, ni tenía realmente forma de cigarro. Era casi circular; pero cualquier objeto de esa forma, cuando se mueve a tal velocidad parece alargarse en la dirección del movimiento. A diferencia de los platillos volantes, el aparato llevaba gente a bordo.

    Era éste un avión experimental de combate de la armada de los Estados Unidos; un enorme avión de chorro de velocidad portentosa y figura de disco un poco achatado. En el borde del cuerpo del aparato hay una serie de lumbreras de motores de chorro que rodean las llamas emitidas por los escapes. Visto de noche el avión parece un disco llameante que surca el aire. Su velocidad máxima es todavía un secreto que a mí no se me permite revelar.

    Este disco no vino ni de Rusia ni de Marte; vino de Patuxent, estado de Maryland. Así lo declara la armada, y yo estoy autorizado para anunciarlo al público. Pero los detalles no deben darlos a conocer sino las autoridades militares de los Estados Unidos.

    Si alguien encontrare un platillo volante (lo cual sucede rara vez, porque casi todos están hechos de material que se disgrega en el aire y desaparece al cabo de un tiempo determinado), verá estarcida en él en letras negras la misma advertencia que llevaba estarcida el platillo original hallado en Tejas; a saber:

SECRETO MILITAR DE LAS
FUERZAS AÉREAS DE LOS
ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
(y un número)
QUIEN DAÑARE ESTE PROYECTIL O
REVELARE SUS DETALLES O EL LUGAR DONDE
ESTÁ, SERÁ PROCESADO POR EL
GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS.
TELEFONÉESE EN SEGUIDA, A COSTA NUESTRA.
(Aquí un número de teléfono y la dirección de una base aérea de los Estados Unidos).
NO ES EXPLOSIVO.

    En resumen: los platillos volantes sí existen y son pertenencia de los Estados Unidos. Una buena noticia para todo el mundo.
    «Selecciones» del Reader's Digest, tomo XX, N.° 118. (De una emisión radiofónica realizada en los Estados Unidos).

viernes, 30 de noviembre de 2012

Limpieza de paredes pintadas.


Limpieza de paredes pintadas

    Es preciso tratarlas en función de su respectiva naturaleza.

Pinturas lavables: óleo, gliceroftálicas, vinílicas, caucho, etc.
    Desempólvense con un paño o con el aspirador, con la boquilla de cepillo redondo. Lávense con una esponja humedecida en agua tibia, a la que se habrá agregado una cucharada pequeña de lejía concentrada por litro de agua (1).

    Iníciese el lavado por la parte de abajo para evitar las marcas sobre la pared, subiendo poco a poco (2).

    Cámbiese de agua siempre que sea necesario, es decir, muy a menudo, si la pintura está sucia.

    Aclárese abundantemente, siempre con la esponja bien escurrida, cambiando varias veces el agua y empezando, al igual que para el lavado, por la parte de abajo de las paredes para evitar los churretes de agua.

    Acábese pasando una esponja sencillamente húmeda, destinada a unificar la superficie  que haya sido tratada. Esta vez empiécese la operación por la parte arriba.

Pinturas lavables en madera tallada.
    Empiécese por desempolvar cuidadosamente con el aspirador y la boquilla de cepillo redondo. Lávese con agua tibia y lejía (una cucharada pequeña por litro de agua), utilizando un pincel grueso para trabajar bien las partes más profundas de la talla (este tipo de pincel se denomina brocha redonda). Aclárese dos veces con agua limpia, y una tercera vez con agua a la que se habrá agregado agua oxigenada a 20 volúmenes (si se trata de pinturas blancas o muy claras. Dosifíquese una cucharada sopera de agua oxigenada para dos litros de agua.

Pinturas al temple.
    Hay que contentarse con desempolvarlas muy cuidadosamente. Las pinturas al temple no se lavan (3).

Lechada de cal.
    Empiécese por desempolvar con el aspirador. Dilúyase un poco de cal en agua tibia y aplíquese esta mezcla, con una brocha, por toda la superficie de la pared. Repítase la operación si fuese necesario. Sobre todo, no se aclare. Déjese secar.
    Atención: Póngase buen cuidado en desconectar el automático de la luz antes de comenzar la limpieza. Es prudente suprimir cualquier riesgo de electrocución causada por una instalación eléctrica en tubo empotrado, que podría estar mal aislada, y formar masa con la pared.
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(1) También da buenos resultados añadir al agua una cucharada de bicarbonato de sodio por litro de agua, en lugar de la lejía.
(2) Así, el agua que puede escurrir, si lo hace sobre la parte mojada, no dejará los surcos de la gota marcados, puesto que resbala sobre la parte mojada. No así cuando se empieza a limpiar de arriba abajo, tanto sea en una puerta como en una pared, al escurrir la gota de agua sobre la parte seca dejará una huella muy difícil de quitar.
(3) Cuando por alguna causa tengan roces o rayas, se pueden disimular frotando suavemente con un papel de seda seco. El polvillo que se levanta unificará y borrará los arañazos, roces o rayas.
«Diccionario de la limpieza», por Djénane Chappat.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El culto de lo insignificante Noel Clarasó


El culto de lo insignicante

Por Noel Clarasó

Ninguna pequeñez bien resuelta deja de contribuir a tu grandeza.

    La vida se ha de dedicar a acciones y sentimientos que valgan la pena, a las grandes ideas, a los afectos verdaderos, a las empresas perdurables. Pero una vez, hace años, un sabio botánico a quien traté durante algunos días, me enseñó atarme los zapatos de una forma poco común, con un lazo sencillo que no se deshacía jamás. Al principio me costó hacerlo, y él me advirtió:
    En pocas veces lo aprenderá y después lo hará siempre rápidamente y bien.

    Esto es lo que se ha de intentar en todas las cosas insignificantes: hacerlas siempre rápidamente y bien; pero esto no se consigue sin atención y sin esfuerzo.

    No se ha de decir: No vale la pena que yo pierda tiempo en esta insignificancia. Si lo he de hacer yo, vale la pena que pierda en ello el tiempo necesario para hacerlo bien, mejor que otro cualquiera, si puede ser. El mundo de lo insignificante es ilimitado, y si aprendemos a movernos en él con maestría, el aprendizaje nos servirá de entrenamiento y preparación para las cosas de más fuste.

    Hay quien no acierta jamás a llenar una copa sin derramar vino sobre el mantel. Hay quien es incapaz de prender fuego a la leña con una sola cerilla. Hay quien no ha sabido jamás anudarse la corbata, descorchar una botella, montar un ramo de flores en un vaso. Hay quien no sabe estrechar otra mano, ni mirar otro rostro, ni decir una frase, ni poner los dedos al mover una mano, ni andar, ni saludar, ni decir «adiós».

    Todo son pequeñas cosas insignificantes que, entre todas, ensartadas en el hilo del tiempo, hacen un día y un año y una vida. Pequeñas cosas que amontonadas no suman jamás una grandeza, pero que son el mejor pedestal de toda grandeza auténtica.

    ¡Cómo nos acaricia la presencia de esas mujeres que saben hacer todas las cosas insignificantes! Que van como si repartieran flores perfectas al mover los dedos, como si todo lo convirtieran, al hacerlo, en un encaje de hilos de plata. No son genios, sino mujeres que saben hacer todas las cosas pequeñas. Ellas no empujarán la bola del mundo por otros derroteros; pero embellecerán la vida diaria de los hombres agobiados por la sombra de empresas tremendas.

    El goce de lo insignificante es como un preludio continuo del goce de la vida. No se puede entrar de rondón en los goces grandes, sin este adorno gentil de las cosas pequeñas bien hechas. Y si se entra y se penetra en todo lo hondo de la vida posible, y no se ha dado tiempo a este sencillo gozar lo insignificante diario, todo esto se tendrá de menos, sin que por este menos sea más, jamás, el goce mayor.

    No me cansaré de recomendar el culto de lo insignificante que flota en el aire y en la luz, y está en el matiz y en el gesto y en la espuma transparente de ese vino bueno que para todos puede ser la vida diaria.

    Sin contar que de la belleza de nuestras grandes empresas puede participar, en el mejor caso, la Humanidad, que no es éste ni el otro, ni nadie con rostro definido. Y de la belleza de las cosas pequeñas participa siempre todo el pequeño mundo humano que nos rodea, que se llama tal y tal, y que nos da un afecto inmediato.

    Y sin contar también  que el goce supremo y hondo de la vida no está al alcance de todos los cerebros ni de todos los corazones. Hasta la capacidad de goce es limitada. Pero cualquiera puede hacer algo mejor de su vida, entregándose con atención, con ternura, con decidido amor, a este culto diario de las cosas insignificantes que bien o mal se han de hacer irremisiblemente. Y lo que se ha de hacer, siempre es mejor, por poco que se pueda y se puede mucho, hacerlo bien. Es mejor para la perfección de la vida y por el puro placer de contribuir personalmente a esta perfección.

Haz bien cualquier cosa que hagas, aun la más insignificante.
    «Vive más, vive mejor», por Noel Clarasó.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Enjuiciamiento de animales.


Enjuiciamiento de animales
.
Cuando se procesaba a los animales

Por A. Alexander

    Cierto día de 1442 se constituía en la plaza de abastos de Zurich el tribunal que debía entender de una causa grotesca. Magistrados con el traje e insignias de su cargo tomaron asiento en el estrado erigido frente al palacio de justicia; un macilento alguacil, puesta en alto la negra vara de su ocio, ordenó en voz resonante:
    ¡Traed al acusado!

    Viose llegar a este mandato, en recia y pesada jaula, el ser cuya suerte iba a decidirse. ¡Era un corpulento lobo al que juzgarían con toda la solemnidad por la muerte de dos niñas!

    Un docto fiscal inició la vista de la causa con los cargos contra el reo; una abogado no menos docto defendió al culpable. Se adujeron en pro y en contra interpretaciones legalistas; acusador y defensor citaron en su apoyo respectivos textos de reconocidas autoridades; llamóse a declarar a los testigos. Por último, el tribunal declaró convicta a la hirsuta fiera y la condenó a morir en la horca. Sin más dilación, en medio de la algazara de la muchedumbre, se procedió a dar cumplimiento a la sentencia.

    Los juicios en que el acusado era un irracional se cuentan entre las ceremonias más fantásticas de la Edad Media. No fueron, por otra parte, infrecuentes: un historiador enumera doscientos en el solo espacio de un siglo.

    Sirva de ejemplo el estrafalario espectáculo que ofreció en 1386 la antigua villa normanda de Falaise cuando se juzgó allí al cerdo acusado de la muerte de un niño. La vista de la causa fue motivo de fiesta a la que asistió el pueblo en masa. El tribunal conceptuó con toda seriedad que cumplía decapitar al reo. Vistieron al desafortunado puerco ropas de hombre, y lo azotaron y mutilaron antes de llevarlo al tajo.

    El caso más común de fechorías de animales domésticos era el de niños muertos por cerdos. Vagando en libertad por villas y aldeas, estos animales venían a ser una especie de policía de sanidad. Nunca dejaban de acudir adonde hubiese desperdicios o cualquier clase de basuras, y la vida semimontaraz los había vuelto tan fieros, que todo niño de corta edad peligraba en su presencia.

    En 1547 juzgaron en Sévigny una cerda con sus seis lechones, acusados de haber dado muerte y devorado a un niño. El abogado defensor supo hacerlo tan bien, que sólo la cerda fue condenada a muerte, en tanto que las crías salieron absueltas, por considerar el tribunal que lo tierno de su edad y el mal ejemplo materno las eximía de culpa. Sin embargo a las tres semanas los mismos seis cerditos comparecían de nuevo ante el tribunal por haberse negado el dueño a salir fiador de que no reincidirían. Temió el hombre que los malos instintos de la madre se manifestaran en la prole.

    El hijo de un joven porquerizo borgoñón pereció el 5 de septiembre de 1370 víctima de tres cerdas que, por lo visto, creyeron que el muchacho trataba de maltratar a sus lechoncillos. Toda la piara quedó presa, acusada de complicidad. Alegó el dueño que los lechones debían ser absueltos, y el duque de Borgoña, convencido por sus razones, falló que solamente las tres marranas debían sufrir la pena capital, «aun cuando los otros cerdos que presenciaron la muerte del niño no trataron de defenderle».

    También hubo juzgamientos de toros bravos. En 1341 murió en Moissy un hombre de resultas de las heridas que le infirió uno de estos bovinos. Encerraron al culpable en la cárcel, como a cualquier otro preso según lo acostumbraban en aquellos días cuando el animal era de gran corpulencia, lo juzgaron y lo sentenciaron a morir ahorcado.

    El tribunal de Dijón condenó en 1639 a la última pena un caballo culpado de la muerte de un hombre. En época aún más cercana a la nuestra, en 1694, el tribunal superior de la provincia de Aix sentenció a la hoguera una yegua. Tanto en uno como en otro caso, se conceptuó que el animal estaba endemoniado; y de las declaraciones de testigos vino a resultar... que el caballo y la yegua obraron con premeditación al cometer sus crímenes.

    Al tratarse de roedores o de insectos difíciles ambos de aprisionar en gran número correspondía juzgarlos a los tribunales eclesiásticos antes que a los civiles, probablemente en atención a que allí donde no alcanzaba el brazo de la justicia ordinaria llegaría sin duda alguna el poder de los anatemas. De este modo, una vez que varios de los roedores o insectos eran juzgados, convictos y ejecutados con todos los requisitos de la ley, se fulminaba anatema contra el resto de sus semejantes.

    En la vista de las causas seguidas a irracionales se acudía a cuentos recursos concedían las leyes. Fue así como un gran jurisconsulto francés, Bartolomé de Chasseneux, nació a la fama en 1521. El tribunal que entendía de la causa seguida a las ratas que destruyeron la cosecha de cebada de la provincia de Autún, nombró defensor de los roedores a Bartolomé de Chassenuex, joven abogado en aquel entonces. Cuando éstos no comparecieron a la primera citación, el defensor sostuvo con buenas razones que la citación había pecado de insuficiente, pues sólo se hizo en forma local, sin que comprendiese a todas las acusadas, que eran las ratas de la diócesis entera.

   Tampoco obedecieron las ratas a la nueva citación. Bartolomé de Chasseneux alegó entonces que el temor a «gatos mal intencionados» perteneciente a los demandantes cohibía a sus defendidas para salir de los agujeros. Arguyó, por añadidura,  que la citación implica que se provea de seguridad al citado durante el tránsito, así de ida como de regreso. Por lo que, concluyó el defensor, era de justicia que los demandantes prestasen crecida fianza de que sus defendidas no correrían riesgo de verse maltratadas en el camino. Conceptuó el tribunal que procedía conceder lo solicitado por el defensor; no quisieron los demandantes exponerse a perder la fianza, y la causa quedó sobreseída.

    En 1499, el abogado defensor de un oso que causó graves daños en las aldeas de la selva Negra, acudió al  peregrino expediente de sostener que al oso debía juzgarlo un jurado en que sólo sus iguales tomaran asiento. La discusión de este punto obligó a aplazar por más de una semana la vista de la causa.

    Los tribunales de aquellos tiempos llegaron al extremo de juzgar con todo el aparato judicial y condenar por asesinato  a perros atacados de rabia. Lo que es más: estaba expresamente estatuído que el perro hidrófobo no pudiese alegar en su descargo la locura, bien así como que, por cada persona o animal  que hubiese mordido, debía castigársele con sucesivas mutilaciones, que empezaban por la pérdida de las orejas, la de la cola y seguían con la de las cuatro extremidades. Tras de suplicio tan bárbaro, venía la última pena.

    En los juicios de animales entraban a veces en juego diversos aparatos de tortura, con los cuales se pretendía obligar al reo a decir la verdad. Los bufidos o alaridos que lanzase el animal torturado se consideraban confesión de culpabilidad.

    Ocasiones hubo en que se aceptasen irracionales en calidad de testigos. Un hombre al cual acusaban de una muerte ocurrida en su casa, compareció  ante el tribunal llevando a su gato, su perro y su gallo. Cuando declaró bajo juramento ser inocente y ninguno de los tres animales le contradijo, los jueces lo absolvieron sin más averiguaciones. La presunción fue que de haber mentido ese hombre, Dios habría obrado el milagro de contradecirle por boca de los animales para que el homicidio no quedase impune.

    La justicia medieval llamaba virtualmente a todo irracional, desde el insecto hasta el cuadrúpedo, a responder de sus actos. Los cerdos, gatos, cabras y perros, si eran de color negro, hallaban a los jueces predispuestos en contra suya, pues se estimaba que ese color era el preferido de Satanás, y característico de sus apariciones cuando se presentaba convertido en animal. A las serpientes y los gatos los quemaban a veces en cestas suspendidas sobre hogueras, sin dejar de observar, por supuesto, todas las formalidades prescritas por la ley en tales casos.

    No ha habido quien halle explicación racional a esos juicios en que eran parte los brutos. Según se colige, el hombre del Medioevo creía que los animales podían estar poseídos de los demonios, o, a lo que se infiere, ser en algunos casos el mismo demonio, que adoptaba la forma de cerdo o de macho cabrío. Con frecuencia esos juicios no pasaban de ser espectáculos crueles, muy del gusto de una época en que las diversiones era a un tiempo escasas y brutales.
    «Selecciones» del Reader's Digest, tomo XVI, núm. 92. (Condensado por el R. D. de Nature Magazine).

domingo, 9 de septiembre de 2012

Pararrayos. Protección contra el rayo en edificios.


Pararrayos.
.Protección contra el rayo en edificios

Por Terrell Croft

    El rayo destruye aproximadamente  más 10.000.000 de dólares de valor de la propiedad cada año en Estados Unidos, en gran parte en las granjas. La Ocina de Normativas de los Estados Unidos estima que la pérdida anual es de $ 8.000.000, pero es probable que sea ésta una valoración conservadora.

El rayo cayendo en una casa.
       Ahora, se puede demostrar a partir de las estadísticas de recomendaciones, que los edicios científicamente bien equipados con protección contra rayos, son rara vez, o nunca, dañados por el rayo. Las estadísticas ables indican que los pararrayos, incluso los construídos a medida, que se instalan normalmente (y no siempre se disponen de los más eficaces) previenen al menos el 90 por ciento de los daños causados ​​por rayos. Los pararrayos, por lo que el reporte de la Oficina de Normativas afirma, reducen el riesgo de incendio por rayo hasta el 99 por ciento, en el caso de los graneros. Para toda persona que posea, o que espera una propiedad, he aquí algunos conocimientos prácticos sobre este importante tema, tal como se expone brevemente en este artículo. 

Una casa destruída por el rayo.
    Contrariamente a la impresión general, para instalar un sistema de pararrayos que sea el más eficaz, no se requieren conocimientos especiales y experiencia. Cualquier varilla de pararrayos colocado sobre una estructura, a condición de que un extremo esté conectado con la tierra, proporciona algo de protección, pero el objetivo es obtener la máxima protección con material comprado con un coste razonable.

    El moderno pararrayos eficaz es en gran parte el resultado de la experiencia práctica, ya que es aparentemente imposible reproducir en los laboratorios actuales las condiciones reales con las cantidades enormes de electricidad que participan en un rayo. En los dispositivos y en la instalación de un sistema de pararrayos la sencillez es deseable, y las consideraciones mecánicas son casi, si no del todo, tan importantes como las características eléctricas. Algunos de los términos utilizados se indican gráficamente en las figuras 1 y 2. Un terminal aéreo o barra (pararrayos propiamente dicho), una punta que constituye la extremidad superior de dicha barra, el conductor, por lo general una interconexión de cable o varilla de las barras y uniéndolos con las conexiones de tierra, las conexiones de tierra, y otras partes, se muestran allí.

Fig. 1. Protección de una casita de campo contra el rayo.
    Si el hierro o el cobre se deben utilizar en las porciones conductoras de una instalación de pararrayos, ha sido una cuestión muy debatida. A la luz de la experiencia hasta la fecha, se pueden sacar las siguientes conclusiones: eléctricamente, uno puede ser tan bueno como el otro. Con cualquiera de esos metales, los conductores deben ser lo suentemente gruesos y en los otros componentes del sistema que pueden llevar la corriente eléctrica en el momento de la caída de un rayo para asegurar que no se fundan.
Fig. 2. Detalles de una instalación en un tejado con barras cortas y una típica barra más larga.
    Debido al hecho de que el hierro no es tan buen conductor eléctrico como el cobre, es necesario, desde un punto de vista eléctrico, utilizar un conductor más pesado si está hecho de hierro que si es de cobre. El cobre resiste la acción de la intemperie mucho mejor que el hierro o acero comercial, y tiene, en prácticamente todas las condiciones, una vida casi indenida. El hierro y el acero del comercio tienen, hablando relativamente, una vida corta. En ciertos casos, donde las barras y conductores del pararrayos se han instalado en climas secos, o donde el aire es puro, o en los que se han mantenido pintados, a menudo han durado muchos años. Desde el punto de vista de la protección temporal, no hay mucha diferencia que el hierro o acero que se utilice para el varillaje y los conductores, siempre que se use suciente. Una instalación integralmente de hierro, correctamente dispuesta, brindará una protección mucho más eficaz que una instalación  de cobre aplicada sin tener en cuenta los hechos físicos. Además de endeble, de peso ligero y con excelente conductibilidad eléctrica, el cable de cobre de un pararrayos comprende alambres de diámetro muy pequeño, y posiblemente no sea tan bueno como un conductor de alambre pesado, porque el cobre es frágil y es probable que se rompa mecánicamente. Es posible que, desde este punto de vista, el hierro durase más que el cobre.
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    Cobreado o enchapado en cobre, el pararrayos de hierro y sus accesorios de pueden distinguir fácilmente de los de cobre sólido; pero a menos de que uno esté familiarizado con la característica de los metales, el engaño puede ser difícil de detectar mediante inspección superficial. Probar el material por la atracción de un pequeño imán permanente, el cual no atraen a cualquiera de los metales comunes excepto el hierro y el acero. Si el imán se adhiere al metal, que parece ser de cobre o de latón, es una evidencia segura de que el revestimiento de cobre o de latón está ocultando un núcleo de hierro o de acero. El imán atraerá a través del engañoso enchapado o cubierta de cobre.
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     Si debe o no debe la parte conductora del pararrayos estar aislada de un edicio, se responde imparcialmente por este hecho: Ahora sólo unos pocos de los fabricantes de materiales de pararrayos recomiendan y suministran aisladores para los conductores. Desde el punto de vista físico, los aisladores son indeseables para aislar los conductores del edificio, y la gran mayoría de los fabricantes conables de pararrayos suspendió el uso de aisladores desde hace mucho tiempo (*). Sin embargo, es probable que los aisladores diminutos, tal como los que se instalan, son casi inecaces como aislantes, en particular cuando están sucios o húmedos.
Fig. 3. Una instalación ideal de pararrayos: la estructura está totalmente enjaulada.
    Éstos son en ciertos casos la causa de las descargas laterales inductivas, porque pueden impedir que todas las partes y contenidos de las construcción alcancen rápidamente el mismo potencial eléctrico que el conductor del pararrayos.

Figs. 4, 5 y 6. Instalación típica en varios edificios; el objetivo es la máxima protección con mínimo material usado de forma razonable.
    La instalación de pararrayos ideal sería una jaula metálica que rodee la estructura. La jaula debe estar conectada eléctricamente a la tierra y rematada con puntas metálicas, como se muestra en la gura 3. En la práctica, las instalaciones no se hacen de esta manera, excepto cuando deben ser protegidos polvorines, depósitos de combustible y estructuras similares. Los métodos más económicos proporcionan una protección, aunque posiblemente no muestren ser las más adecuadas. El problema práctico en el diseño de la protección de un edicio consiste en usar la cantidad mínima de material que proporcione la protección máxima; y de manera que se aproxime a la disposición ideal de la jaula conectada a la tierra de la gura 3. Las figuras 4, 5 y 6 ilustran ejemplos de instalaciones típicas.
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    El conductor debe ser preferiblemente de cobre. Puede ser de sección redonda, plana, tubular o de estrella, y sólida o tejida a partir de alambres en forma de cable, siempre que posea suciente resistencia mecánica y conductividad. El cable trenzado es mecánicamente más deseable que una disposición tubular, y probablemente presenta la mejor forma para pararrayos. No hay ninguna objeción válida práctica contra un conductor sólido, excepto que es difícil de manejar y de instalar. Normalmente deben ser fabricados y enviados en longitudes relativamente cortas que son unidas en el trabajo para formar el conductor completo. Los empalmes son indeseables; si se puede evitar, mucho mejor. Si se utiliza un conductor trenzado, sus alambres deben ser inferiores a 0,04 pulgadas de diámetro. En cambio, si los alambres son demasiado delgados, el conductor será mecánicamente débil. No hay ninguna razón para creer que el rayo se desplaza en forma de espiral; por consiguiente, un conductor retorcido no tienen ventajas en este sentido que el no retorcido.
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    Para jar el conductor al edicio deben usarse grapas del mismo metal que el del conductor. Si dos metales diferentes se ponen en contacto, esto puede, en determinadas condiciones, causar una acción electrolítica entre ellos, lo cual hace que se coma uno de los metales en el punto de su contacto. Se usan abrazaderas para soportar cables conductores redondos. Elementos de jación especialmente diseñados se utilizan cuando el conductor no es de sección transversal circular. Como propuesta general, el conductor debe ser apoyado por lo menos cada dos pies y medio en los tramos horizontales. Un conductor nunca debe ser atravesado con clavos, ni colocado torcido ni doblado en ángulo agudo, sobre todo si se trata de un cable. Tal tratamiento ciertamente puede romper algunos de los lamentos.||
    Revista «Mecánica popular».
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     Figuras (inscripciones de izquierda a derecha y de arriba abajo). 1: puntas, terminales aéreos (barras), conductor de caballete, conexiones de terminales, abrazaderas de apoyo, conductores, tubo protector, conexión a tierra.
    2: terminales aéreos (barras), puntas hechas de cobre, conductor de cobre, tubo de cobre, conductor protegido, trípode de hierro galvanizado, cable conductor del pararrayos.
    3: terminales aéreos (barras), conexión, conductores,  edificio, terminales de tierra.
    4, 5 y 6: conexión a la lámina o chapa del techo, terminales aéreos (barras), conexión al alero, conexión al alero y canalón, lámina o chapa del techo, conductores, terminales de tierra, caño de desagüe.
    (*) En muchos países se usan aisladores de loza o de porcelana, no porque sea conveniente aislar el conductor del edicio, sino para que el cobre del conductor no toque las grapas o abrazaderas que sujeta a éste, por ser dichas grapas de un metal distinto. Para la toma de tierra, se toma una pica o jabalina de acero cobreado de 15 mm. de diámetro y se clava en tierra húmeda tres metros de profundidad; esto para cada una de las conexiones a tierra. Si en la casa se coloca un solo pararrayos o barra, la pica debe clavarse a unos seis metros de profundidad.Sherlock.
Véase también:
Qué hacer cuando cae un rayo.

martes, 19 de junio de 2012

Los hunzas, pueblo de maravillosa longevidad


Los hunzas, pueblo de maravillosa longevidad

Resumen de un relato de R. B. publicado en una revista inglesa.

    ¿Quiénes son los hunzas?Hace más de dos  mil años, tres soldados desertaron del ejército de Alejandro Magno y buscaron refugio en las montañas del Himalaya. Llevaron con ellos algunas mujeres persas, y se instalaron en un valle a 2.800 metros sobre el nivel del mar, y a muchos kilómetros de distancia de cualquier otro valle habitado. Los descendientes de aquellos primeros pobladores son los hunzas actuales.

    El país fue hasta 1974 un principado. Cuenta con alrededor de los 20.000 habitantes. Queda aislado por el resto de las tierras habitadas por montañas inaccesibles. Sus habitantes tienen rasgos raciales distintos de los otros asiáticos. Nadie tiene coche en el diminuto país. No hay hoteles. No se conocen los periódicos, ni el tabaco, ni los impuestos, ni la policía, ni el dinero. Y lo que aun es más asombroso: no se conocen las enfermedades.

    Los hunzas viven normalmente bastante más de cien años, y hasta muy viejos trabajan lo mismo que los jóvenes y cruzan, a pie, largas distancias. Y los hombres pueden ser padres hasta alrededor de los noventa años de edad.

    Viaje alrededor de la más misteriosa longevidad.La longevidad de los hunzas es extraordinaria. Y lo más extraordinario es que casi todos los habitantes del valle son igualmente longevos.

    Cuando un hunza está enfermo, cosa muy rara, pues la única enfermedad que a veces sufren es una especie de gripe, le envuelven en una manta caliente y le tienden en el suelo, al aire libre y a la sombra. La fiebre no tarda en desaparecer y el enfermo recobra la salud.

    Los viejos tienen la mirada clara como los adolescentes, y las mujeres pueden tener hijos y criarlos dándoles el pecho a una edad mucho más avanzada que las otras mujeres del mundo. Cuando se les pregunta cuál es el camino para ir a algún determinado pueblo, dicen: «Está muy cerca». Y este muy cerca significa horas de marcha a través de abruptos desladeros.

    Las mujeres hunzas son bellas y conservan la esbeltez hasta por lo menos los cincuenta años, sin que haya existido jamas entre ellas el problema de mantener la línea. Las jovencitas realizan hazañas atléticas que dejarían atrás a las campeonas de occidente. Los hombres son bien parecidos y fuertes. Y ninguno de ellos, ni hombres ni mujeres, necesitan hacer nada que vivir su vida corriente para mantenerse siempre en forma.

    Desconocen las enfermedades.Todas las enfermedades clásicas son desconocidas en el valle de los hunzas. No hay un solo canceroso, un solo tuberculoso, un solo diabético. Y las enfermedades del corazón, que tanto estrago causan en el mundo entero, no existen. Incluso se ignora lo que es un diente cariado.

    Un médico escocés, un tal McCarrison, permaneció durante catorce años al norte de Cachemira, en un pueblo relativamente vecino de los hunzas. Anunció a los hunzas que acudiría si le llamaban. Y le llamaron sólo tres veces y las tres veces por fracturas óseas debidas a caídas; nada más.

    Este pueblo parece como protegido por una misteriosa influencia de la naturaleza, o por hábitos de existencia que han sabido vencer todas las miserias siológicas del cuerpo humano.

    ¿Cuál es el secreto?Pero, ¿cuál es el secreto que les permite no estar jamás enfermos?

    Sólo se puede hallar una explicación en su manera de vivir y, sobre todo, en su manera de alimentarse. Son un pueblo de una sobriedad excepcional. La razón de esta sobriedad es la pobreza del país. Comen poco, porque no tienen comida para comer más. Y todas las primaveras, desde que terminan el fruto de una cosecha hasta que pueden recolectar otra vez, pasan un período de hambre. ¿Puede ser este poco comer la causa de su ininterrumpida salud?

    El régimen alimenticio.Comen carne una sola vez por semana y únicamente en el período de prosperidad. En los períodos de hambre, que duran tres meses, nada de carne.

    La alimentación es predominantemente vegetariana, casi siempre en crudo, con predominio de frutas y de algún tipo de cereal. Supresión de todos los condimentos y las especies, a excepción de una pequeña cantidad de sal. Nada de alcohol, nada de vino, nada de café ni de té. No fuman y no toman excitantes ni golosinas de ninguna clase.

Hunzas. El que está delante es de otra etnia.
    La disciplina alimenticia es tan importante entre ellos, que a las mujeres se las juzga por el partido que saben sacar de los recursos naturales del país.

    Viven casi exclusivamente de frutas. Y dan una importancia denitiva al cultivo de los árboles y arbustos frutales. Un proverbio hunza dice: «Tu mujer se negará a seguirte allí donde no prosperen los albaricoqueros». El 90 por ciento de la población es analfabeta, pero dominan el arte de los injertos como una de las sabidurías en el cultivo de los frutales.

    Cultivan mucha variedad de frutas: cerezas, ciruelas, melocotones, albaricoques, moras, granadas, melones, peras, uvas, manzanas. Mientras es tiempo consumen los frutos frescos. Después los consumen secos y en conserva. Una parte de las manzanas y las uvas que maduran a nes de la buena estación, las guardan extendidas sobre paja y las van consumiendo durante los meses de invierno.

    De los albaricoqueros comen el fruto y la almendra o semilla. El albaricoque es como la fruta nacional. Y los albaricoques secos mezclados con cereales son el principal alimento, sobre todo durante el invierno. Antes de comer los albaricoques secos, los tienen un tiempo en agua y así se hinchan. También, junto con las moras, los mezclan a algunos cereales y los prensan en forma de panes.

    El pan y la leche.El pan de cereales está formado de unas tiras de pasta y, para hacerlas comestibles, las ponen al calor, sobre una parrilla. Este pan sin levadura, comido en fresco es muy sabroso. Y no deja de serlo comido ya seco, recalentado previamente. Los cerales (trigo, cebada) los comen en sopas y en una especie de polenta muy fortificante.

    Leche toman poca, por la escasez de ganado. La mantequilla no la usan, por la misma escasez de la leche. Las únicas grasas que toman son las vegetales de las almendras y las nueces.

    Las verduras y otros vegetales.Cultivan también patatas, coles, zanahorias y berenjenas. También tomates que los secan al sol y los guardan. Durante la escasez, «la primavera del hambre», como dicen ellos, esos tomates guardados les aseguran la alimentación, junto con otros vegetales también guardados secos. Los cuecen a fuego lento en una marmita bien cerrada y beben también el caldo.

    La primavera del hambre.Durante el buen tiempo preparan un alimento con la mezcla de frutos, principalmente albaricoques, machacados y prensados junto con el grano de algunos cereales. Los machacan en agua y guardan por separado la pasta y el agua. Lo primero que consumen, cuando ya se les ha terminado el alimento fresco, es la pasta que tenían guardada. Y terminada la pasta viven únicamente del agua donde machacaron la mezcla. Y algunas veces pasan bastante tiempo, hasta cosa de un mes, sin más alimento que este agua.

Conclusión.Y la mayoría de ellos viven más de cien años y nunca están enfermos. Puede influir el clima y también, al parecer, el agua; pero sin duda también influye mucho el régimen alimenticio y al sobriedad.

    ¿Qué dirían a todo esto nuestras sociedades gastronómicas organizadoras de concursos y campeonatos de comer, los entusiastas de nuestros platos típicos tan celebrados y nuestros condecorados mesoneros?
   Antología de maravillas y curiosidades, por Noel Clarasó.