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miércoles, 18 de diciembre de 2013

La corona del viejo Hank


La corona del viejo Hank

Por Ezra M. Cox
DRAMA DE LA VIDA REAL 
    
    Como soy empresario de pompas fúnebres, me ha tocado ver toda clase de entierros: de poderosos y de humildes, de ricos y de pobres. Ninguno me ha conmovido tanto como el entierro del viejo Hank  el hombre más aborrecido de la comarca en que ofició un obscuro párroco de aldea.
     Cierto día me llamó por teléfono el alcalde de un villorrio de tierra adentro. Acababa de fallecer el viejo Hank. ¿Querría yo encargarme de los funerales? Los celebrarían en el ayuntamiento, y era probable que asistiese numeroso público; pues según me dijo el alcalde más de un vecino se alegraría de ver enterrado al viejo.
     Hank vivió muchos años en una choza solitaria perdida en la montaña, sin otra compañía que cinco o seis perros bravos. No toleraba que nadie traspasara la cerca de su heredad. Una vez por semana bajaba al villorrio a comprar provisiones y a emborracharse. Era malhablado y pendenciero. Al que trataba de razonar con él o le contradecía, le insultaba, y cuando no, le armaba riña. Uno tras otro, todos los vecinos del lugar cobraron mala voluntad al viejo Hank, que concluyó por criar fama de ser la persona más odiosa de aquellos contornos.
     Aunque el viejo no puso nunca los pies en la iglesia, me pareció mejor guardar las apariencias y hablarle a un cura para que oficiara en los funerales.

     Poco bueno hallará usted que decir del difunto le advertí. Salga del paso con un rezo sencillo e iremos luego a darle sepultura.


     El sacerdote alma bondadosa repuso que en todo ser humano, por malo que fuese, había siempre algo bueno que hacía olvidar sus faltas.

     Al otro día de mañana fuimos en automóvil al villorrio. La dueña del restaurante en que entramos a almorzar entabló conversación con nosotros. Como se hablara del viejo Hank, le dijo el cura:
     ¿No tiene usted algo bueno que contarnos de él?
     Hizo la buena mujer un movimiento de sorpresa ante lo directo de la interrogación, y respondió luego, dulcificando el semblante:

     Me alegro de que me haga esa pregunta. Ya que murió no es menester guardarle el secreto.
     Así diciendo, sacó de debajo del mostrador una cajita, y prosiguió:

     Por muchos años Hank vino a comer aquí todas las semanas, siempre que bajaba al pueblo. No hubo vez que no me dejara algún dinero para que por Nochebuena les mandase regalos a los niños a quienes no podría probablemente comprárselos su familia. Mire usted; aquí tengo más de cuarenta dólares añadió señalando la cajitaY nunca dejó el viejo Hank de completar los cincuenta antes de Navidad.

     Esa tarde hormigueaba el ayuntamiento de curiosos. A petición del cura se suspendieron las clases en el colegio del otro lado de la calle, para que los niños asistieran al entierro. Una vez que los pequeñuelos entraron y ocuparon sus puestos, el cura de adelantó hacia el féretro y dio principio a la oración fúnebre más extraordinaria que he oído en mi vida. Decía poco más o menos así:

     «Hank: hemos venido a enterrarte. Muchos son los que hay aquí reunidos, pero muy pocos los que sienten que tú hayas muerto. En tu ataúd no se ve una sola corona. A nadie le importaste lo suficiente para que se preocupara de traerte una florecilla, ni aun la más humilde de las que crecen en esos campos de Dios. Sin embargo, Hank, nunca faltaron flores en los funerales en que he oficiado yo; y tampoco faltarán en el tuyo. Entre los aquí presentes, hay algunos que son tus amigos, aun cuando nunca te hayan conocido».

     Volviéndose ahora a los niños, les preguntó cuáles de entre ellos habían recibido por Nochebuena regalos marcados con la nota “De un amigo que tú no conoces”. Seguramente debían recordarlo, porque unido al regalo iba un sobrecito llenó de centavos. Varios chiquillos levantaron la mano. Díjoles entonces el cura que se acercaran.
     Hubo un estremecimiento de emoción en el público cuando ventiún pequeñuelos rodearon al cura y éste les dijo que el viejo Hank había sido el amigo desconocido. A indicación del sacerdote, los niños formaron una rueda en torno del ataúd, tomados de las manos.
     Volvióse el cura hacia el féretro y dijo con voz conmovida:

     «Hank: hay aquí algunos que son tus amigos, pero que, por no haberse enterado a tiempo de lo que tú eras, no te trajeron flores. Sin embargo, rodean ahora tu ataúd las flores más hermosas a los ojos de Dios: estos niños a los que tú diste alegría. Con tal ofrenda, Hank, encomendamos tu alma a su Creador. Amén».

     Corresponde al empresario de pompas fúnebres hacerse cargo del entierro no bien pronuncia el oficiante el último “amén”. Pero aquel día permanecí inmóvil, llorando en silencio como todos los demás que contemplaban la ofrenda floral del viejo Hank: una corona de niños.
      «Selecciones» del Reader’ Digest, tomo XVI, núm. 97.

lunes, 17 de junio de 2013

¿Qué sabe usted sobre el sueño?

 
¿Qué sabe usted sobre el sueño?
 
por Gretta Palmer
 
    Entre los veinticinco y los setenta años, una persona común y corriente pasa quince años durmiendo. La falta de sueño ha hecho a muchos generales perder batallas, a muchos individuos nerviosos perder la razón, y a muchas mujeres perder su marido. De ahí que para todos tenga tanta importancia lo relativo al sueño. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros conocemos los hechos científicamente establecidos a ese proceso fisiológico? Ponga a prueba el lector sus conocimientos sobre la materia leyendo las afirmaciones que siguen, y tratando de dictaminar sobre su exactitud o inexactitud, antes de leer la respuesta correspondiente.
 
    Quien duerme bien no da vueltas ni se mueve durante el sueño.
    Incorrecto. Todos cambiamos de posición a menudo, porque la disposición de nuestros músculos es tal, que nos impide relajarlos todos a la vez para el reposo. El promedio de vueltas que damos en una noche es de treinta y cinco.

    El primer sueño es el más reparador.
    Correcto. Experiencias efectuadas en la universidad de Colgate prueban que muchos de los beneficios del sueño los hemos logrado ya completamente a las pocas horas de estar dormidos.

    El que duerme seis horas en vez de ocho, tiene que consumir más energía al día siguiente para realizar su trabajo habitual.
    Correcto. Las pruebas de laboratorio han demostrado que gastamos un 25 por ciento más de calorías para compensar la pérdida de energía causada por falta de sueño.
 
    Para resarcirnos del sueño perdido es preciso dormir unas cuantas horas más por varias noches consecutivas.
    Incorrecto. El sueño normal de una sola noche produce todo el efecto reparador que en estos casos necesitamos.
 
    Es más difícil que nos aproveche el sueño cuando dormimos con otra persona.
    Correcto. El movimiento más ligero de otra persona nos impide sumirnos en un sueño verdaderamente profundo y reparador.
 
    A los hombres de gran actividad suelen bastarles pocas horas de sueño.
    Incorrecto. Napoleón y Edison dormían sólo unas cuantas horas durante la noche, pero, con el sueño que descabezaban durante el día, completaban el número de horas que duerme normalmente una persona, cada veinticuatro.
 
    La falta de sueño basta por sí sola para acarrear graves trastornos.
    Correcto. Se ha comprobado que el animal privado de sueño muere más pronto que el privado de comida.
 
    Nos quedamos completamente dormidos y nos despertamos del todo en una fracción de segundo.
    Incorrecto. Nadie se duerme ni despierta instantáneamente. Antes de hacerlo hay un período más o menos breve que llamamos «duermevela»durante el cual no podemos hablar, pero sí percibir claramente los sonidos. En otras palabras, la facultad de movimiento está dormida, por decirlo así, pero la de oír está despierta.
 
    Durmiendo sobre el lado izquierdo, fatigamos el corazón.
    Incorrecto. Tratándose de una persona normal, lo mismo da que duerma de un lado que del otro, que boca arriba.
 
    Uno de los medios más efectivos de conciliar un sueño profundo consiste en beber algo caliente antes de acostarse.
    Incorrecto. La presión que en la vejiga ejercen los líquidos ocasiona cierta intranquilidad. Quien quiera dormir bien, debe contentarse con beber la  menos cantidad posible de líquidos en las últimas horas del día.
 
    Es antihigiénico dormir en el verano con un ventilador en la habitación.
    Incorrecto. Volviéndolo hacia la pared para evitar las corrientes y colocándolo sobre un rodete de fieltro para amortiguar el ruido, un ventilador nos ayuda eficazmente a pasar una noche tranquila.
 
    El cansancio físico hace difícil conciliar el sueño.
    Correcto. Un baño tibio es, probablemente, el medio más eficaz de reducir la tensión que produce el ejercicio excesivo y desusado antes de acostarnos.
 
    Lo peor del insomnio es la preocupación de que cuanto hagamos al día siguiente se resentirá de sus efectos.
          Correcto. El doctor Donald A. Laird, conocido por sus estudios sobre el sueño en la universidad de Colgate, recomienda que cuando nos cueste trabajo dormirnos, hagamos el propósito de levantarnos tarde al día siguiente. La idea de que tenemos tiempo bastante para descansar, ayuda a conciliar el sueño.
 
    Los colchones y los muelles han de ser sólo moderadamente blandos para poder dormir bien.
    Correcto. Una cama demasiado blanda es el peor enemigo del sueño saludable. Casi lo mismo puede decirse de una cama demasiado dura.
 
    Dormir la siesta es exceso de complacencia con uno mismo y disminuye la capacidad para el trabajo.
    Incorrecto. En el colegio mayor de Stephens, estado de Misuri, se ha comprobado experimentalmente que el rendimiento escolar de los estudiantes era visiblemente superior cuando dormían una hora después del almuerzo.
 
    El esfuerzo mental es la peor preparación para dormir.
    Correcto. Una velada tranquila y luego un paseo a pie para fatigar los músculos, es la preparación ideal para dormir bien. ||
    «Selecciones» del Reader's Digest, tomo X, núm. 58. (Condensado por el R. D. de Woman's Home Companion).


domingo, 24 de marzo de 2013

Sir Kenelm Digby y los polvos de simpatía.


Sir Kenelm Digby y los polvos 
de simpatía

Por Lazare de Gérin-Ricard


    Si buscáis en alguna enciclopedia el nombre de Digby, encontraréis esta indicación: «Charlatán inglés, inventor de los polvos de simpatía, que vivió en el siglo XVII». Ahora bien, sir Kenelm Digby fue a la vez, alquimista, filósofo, diplomático, corsario y gran canciller de la reina de Inglaterra, viuda de Carlos I; amigo de Descartes, de Cromwell y del rey Jaime, que le había dado una autorización para combatir, bajo la bandera de Su Graciosa Majestad británica, a berberiscos y venecianos en el mar Mediterráneo. En cuanto a los «polvos de simpatía» cuyo secreto le fue revelado por un monje florentino que venía de las Indias, y con los que pretendía curar las heridas a distancia, ningún autor los toma en serio. Sin embargo, su discurso en la universidad de Montpellier sobre dichos polvos, es un documento muy curioso. Nos ilustra sobre los conocimientos científicos de la época y da a conocer al mismo tiempo las teorías de sir Kenelm sobre los átomos y el «bombardeo de los rayos luminosos». Teorías ciertamente mal establecidas, y de las que saca algunas conclusiones fantásticas, pero parecen estar muy adelantadas con arreglo a su tiempo.

    Por otra parte, he aquí las teorías en las que se basa la acción de su extraordinario remedio.

    La luz es un fuego sutil y rarificado, dotado de una velocidad formidable, y cuyos «dardos», cuando chocan con un cuerpo sólido, desprenden átomos minúsculos que se aglutinan en los mismos átomos de los que está compuesta la luz.

    El aire está lleno de estos átomos, lo que permite a este aire, si está cargado, por ejemplo, de átomos de frutos, de plantas, etc., tener virtudes nutritivas. Y en este punto, sir Kenelm invoca la alta competencia del Cosmopolita, el célebre alquimista desconocido que afirma en su tratado: Est in aere occultus vitae cibus

Sir Kenelm Digby.
       Hizo él mismo la experiencia, encerrando «pequeños viboreznos» en un recipiente tapado y agujereado. Al cabo de diez meses, sin haberles dado nunca alimento, «habían crecido más de un pie y pesaban en proporción». «Prueba innegable dice de que el aire lleva muchos átomos nutritivos».

    «Los átomos añade Digbyno solamente son puestos en movimiento por el aire, sino que sufren una atracción por la ley de simpatíaque les empuja hacia los de su especie y, naturalmente, esta atracción será proporcional a la importancia de la masa atrayente».

    Sir Kenelm nos da dos ejemplos, al menos inesperados, para el apoyo de su tesis: sabemos que una persona que tiene mal aliento no tiene más que inclinarse, durante algún tiempo , con la boca abierta en un sitio que huela mal, para que la gran masa «pestilente» atraiga a los átomos fétidos del  paciente y le libre así de su desagradable mal.

    El segundo ejemplo es, gracias a Dios, un poco más perfumado: sir Kenelm señala que en Inglaterra se importan, sobre todo, vinos de Canarias, de España o de Gascuña, países en los cuales la viña florece en diferentes épocas. Ahora bien, cada vino fermenta en el momento en que la viña «florece» en el país de origen, lo que demuestra que estas viñas atraen en el momento oportuno a los espíritus los átomosdel vino de su propia comarca.

    Una vez establecidos estos extraños postulados «científicos», Digby explica cómo deben usarse sus polvos de simpatía, que están hechos (lo dice él mismo) de polvos de vitriolo.

    «Tomad una venda manchada con la sangre de la herida que queréis curar, e introducidla en un recipiente que contenga una solución de vitriolo a la temperatura del cuerpo humano. Dejad todo expuesto a la luz y renovad la operación mañana y noche con una nueva venda ensangrentada. No sólo el enfermo se alivia desde la primera aplicación del invisible remedio, sino que se cura en algunos días. Al aglutinarse, los átomos de la sangre depositada en la venda con los del vitriolo bajo la doble acción de la luz y del calorson atraídos por la masa sanguínea de donde emanan, toman de nuevo su sitio en la herida, en las venas, y como están aglutinados con los átomos del aceite de vitriolo, éstos por una acción balsámicacicatrizan y curan».

    Para prevenir la objeción de que habría sido más fácil aplicar la solución de aceite de vitriolo directamente en la herida, sir Kenelm precisa que el vitriolo se compone de dos partes: una fija y la otra volátil. La sal de la fija es agria, corrosiva, cáustica; mientras que la volátil es suave, anodina, balsámica y astrigente. Por consiguiente, la aplicación directa de la solución sólo podía tener una acción nefasta en la herida. En total, su procedimiento se reduce a una operación química.

    Para demostrar la eficacia de sus polvos de simpatía nuestro sabio evoca una famosa cura obtenida en la persona de sir James Owell hombre de letras muy conocido en Franciay el testimonio que podían ofrecer el rey de Inglaterra, el duque de Buckingham y el médico del rey, que ya pensaba antes de la cura con los polvosen cortarle la mano a su ilustre herido para evitar la gangrena. Además, con el fin de demostrar que no hay ningún misterio, ninguna magia, ninguna brujería en sus curas, asegura haber transmitido el «secreto» de los polvos de simpatía al rey Jaime, «que hizo con ellos varias pruebas, en todas las cuales tuvo entera satisfacción»; al médico de este rey, que se los comunicó al duque de Mayenne, y cuyo cirujano vendió la fórmula a varias personas, de manera que «poco a poco se divulgó de tal forma, que apenas hay hoy un barbero de pueblo que no lo sepa». Esto huele un poco a charlatanismo y anuncia el siglo XVIII. 

    Con Juan Francisco Borri, nacido en 1616, en Milán, muerto en 1695, en la prisión del castillo de Santo Ángel, encontramos ya, y mucho más que con Digby, los ocultistas aventureros del siglo XVIII.

    Ya no son los Alberto el Grande o los Raimundo Lulio los que se entregan a la búsqueda de la piedra filosofal, sino individuos sin fe ni ley, condenados por todos los tribunales, laicos y religiosos.

    Borri, creador de una secta herética que veneraba a la Santa Virgen como la encarnación del Espíritu Santo, escapó algún tiempo a las prisiones de la Inquisición refugiándose en Holanda. Por todas partes hizo prosélitos y al menos encontró entre ellos quien le diese dinero. Los notables y grandes señores franceses ocultistas anunciaban también el siglo XVIII. El aire es ya europeo y las investigaciones de los alquimistas extranjeros tientan al «honesto ciudadano» francés que tiene ratos de ocio.

    Parece, sobre todo, que es en provincias donde los «notables» se entregan «sólidamente», como lo escribe un memorialista de la época, a la ciencia hermética. En Burdeos, Juan de Espagnet, presidente en el tribunal, escribe una obra titulada Arcanum philosophiae hermeticae.
    «Historia del ocultismo».

jueves, 28 de febrero de 2013

Las maravillosas normas de una empresa comercial de grandes almacenes.


Las maravillosas normas de una empresa comercial de grandes almacenes

   No se cita el nombre de las grandes tiendas que dan estas normas a sus vendedores para el trato con los clientes.

   1. Jamás debe salir de la tienda un cliente disgustado.

   2. Está probado psicológicamente que la sonrisa se transmite por la voz. O sea, que la voz puede y debe sonreír lo mismo que el rostro.

   3. Todos los empleados son como una familia comercial. Y velan, entre todos, por el bienestar y la prosperidad de la familia.

   4. Nunca se hable muy fuerte. En voz baja, lenta y muy clara.

   5. En la casa hay cafetería, a donde van a desayunar los empleados. Y se les ruega que vayan siempre solos. Así no pierden más tiempo del necesario para desayunar bien.

   6. Todos los de la familia comercial lo compran todo allí mismo. Comprar en otro sitio es considerado como una traición a la casa.

   7. Evítense las malas compañías. Rehúsese el trato de aquellas personas cuya influencia pudiere en algún modo ser nociva.

   8. Por amigos que sean entre ellos los vendedores, delante de un cliente han de tratarse siempre de usted.

   9. Lo mejor para un vendedor es un cliente difícil. Con el trato de los clientes fáciles, no se aprende nada; con el trato de los difíciles, si el cliente sale satisfecho de la compra, siempre se ha aprendido algo.

   10. Nunca se pregunte: ¿Qué desea usted? Espérese que el cliente sea el primero en hablar.

   11. Es indispensable la voluntad de agradar. Trátese al cliente de tal forma que, si regresa, busque al mismo vendedor que le atendió la vez anterior.

   12. Infórmese exactamente al cliente, sobre todo lo que desea saber, incluso sobre la calidad de la mercancía.

    13. La técnica de un buen vendedor, en el amplio sentido de la palabra, es el arte de ser útil al prójimo.

  14. Elimínense las palabras «malo»  y «caro» en la conversación mantenida con el comprador.

   15. No se haga ni la más pequeña referencia a si el comprador está gordo o delgado. Y si el comprador se lamenta de estar demasiado grueso, dígasele: ¿No será idea suya? Un cliente algo grueso, tratado como si no se le notara, está siempre dispuesto a comprar.

   16. El final siempre el mismo: ¿Desea usted alguna otra cosa, señor? Y si el cliente dice que no: ¡Muchas gracias!

   17. La empleada del ascensor, pregunta: ¿Sección, por favor? 
   Y cuando el ascensor esté lleno, dice: Perdón; no pueden subir más. Vuelvo enseguida. ¡Muchas gracias!

   18. Conviene que los empleados lean la publicidad de la casa. Que comuniquen a la dirección todo aquello que los anuncios les sugieren.
   Si los vendedores están al corriente de la publicidad, la casa ofrece un perfecto sincronismo entre lo que anuncia y lo que hace de veras.
   Antología de maravillas y curiosidades, por Noel Clarasó.